jueves, 14 de abril de 2022

La guerra: pasión de multitudes

 La guerra: pasión de multitudes



Hay personas que dicen

que mi poesía es desmedida y sencilla,

que debiera seguir el hermetismo,

el verso breve, el silencio oscuro,

la fuga de vocales sugerida.

Otros piden a gritos

la monótona castañuela de la prosa,

el barco a la deriva,

las noches de San Juan,

(piden pan, no les dan…),

piden ripio, la rima consonante,

la eternidad en un cuaderno con espirales.

Bastantes almas hay que dicen

que escribo muy difícil,

que no comprenden las imágenes,

que para qué usar tal o cual palabra

ininteligible, ambigua, confusa,

que afloje con la frula y la retórica.

Las metáforas se les escapan de los dedos,

y me advierten que si insisto en mi imprudencia,

dejarán de leerme,

y no podré vivir del oficio de poeta.

Como si pudiera vivir de él o sin él.

Multitud de gente, también

me acusa de ser un triste moscardón incrédulo,

una ría nigromante,

un obstáculo en el margen de costas litorales;

una fan obsesiva y enfermiza,

me inculpan

de vivir de refilón repartiendo collejas

(Dios sabrá qué significa eso).

Varios aprietan el detonador enquistado

de la tediosa revolución

que vende humo y soborna las pasiones

con sangre de cayena:

braman su lucha a la resistencia del amor,

se escandalizan por nuestra paz perseverante.

Algunas veces,

me han escrito cartitas más bellas que mis letras:

“La lluvia empieza cuando callan tus labios”

“Te debo lo que soy, señora mía”.

”Tu lista de adjetivos me duele a la distancia”

Perforan mi conciencia sus frases trepidantes.

Me enternecen y olvido lo maldito de mi obra.

el castigo que intento con furia a los cobardes,

la lanza abigarrada y descontenta

que horade el corazón con sus demonios

y me siento después, decepcionada y dolida,

como si fuera la joven que para cambiar el mundo

cambia de celular

y compra camisetas del Che

en la feria artesanal de Villa Gesell,

fumando un porro y dando asco.

Entonces, me obligo a recordar

que mi intelectualidad me abruma,

como diagnosticó un crítico de arte,

experto en descolar filípicas,

de los muchos que dialogan con el viento

en un medio prestigioso,

-como gustan llamar a sus tribunas,

escaleras de la camorra

y pactos pestilentes-;

de esos tipos que aclaran la garganta,

se excitan y sentencian que circulo

en bicicleta de una rueda,

con la ilusión de estar viajando en limousine,

con un champagne francés bajo la axila.

Ignoran que los dragones me acechan

y que hambrientos rodean mi castillo,

echando fuego por la boca.

Soy incapaz de andar por los edenes

del jardín de las delicias

deshojando margaritas.

Incapaz de mentir que me gustan los paisajes

con pulcras descripciones.

Incapaz de subirme a las nubes desterradas.

Nula en el arte de hacer pasar gato por liebre.

Les guste o no les guste,

la tragicomedia es esta:

Con el desdén de los fracasados

y la impotencia de los desposeídos,

siento orgullo de mi afonía en la niebla.


Para pelear hacen falta dos,

pero conmigo que no cuenten.




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