Las cosas por su nombre
Aunque nadie ha descubierto todavía,
que existe un acto férreo en la retórica
que se atreve a sortear crestas y escollos,
flotando al ras de aguas monocordes:
Cada cual con su símil y sus trucos,
con jirones de arcaicas poesías,
avanza igual que un pobre pensionista
del Bed and Breakfast de los capitolios,
creyendo que su obra es francamente
la nueva plataforma del futuro.
Con ideas tan falsas como abstractas
propone un horizonte
y esconde en un bolsón la carabina
dispuesta a fusilar al enemigo.
No te incluye, por suerte, no te incluye.
El foco subversivo frivoliza:
Haya paz, compañeros.
Secuelas de la diáspora del genio.
Perdiciones del santo calendario.
Sonrojos de la orquídea.
Mnemotecnias.
¿Quién puede sospechar el contrabando
de contrastes biformes?
Los muertos en combate son pretérito.
Escuadrones mentados.
Las batallas se libran en presente.
Arengas, polvorines.
Nos quedan derrisiones obsoletas,
resortes conjugables,
ascetismos menguantes de cartel
y un hedor tibio zigzagueando
con que tejer elipsis hiperbólicas,
y ovillar las madejas fugitivas
para poder llamar, nunca o apenas,
las cosas por su nombre.
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