Enigmas
Los miserables iniciados
avanzan por la autopista de la furia
hacia secretos hondos
de una completa nada,
atemporal
e inaccesible a los sentidos.
Un hombre con sombrero
estilo Bogart,
y un cigarro en la boca seca,
frunce el entrecejo, y sonríe
al ver a la aguardentosa rubia
apostada a su lado.
Cree develar el mundo terrenal
en la espesura de una puta de cabaret.
Un ejército de perdedores
bebe a babor y estribor,
una ginebra de marca fortuita.
En la ciudad no hay niños.
Cualquiera puede notarlo.
Cofrades de la secta
con sus repetidas mujeres
(pocas, siempre iguales,
nunca la misma)
invaden el mundo.
Con códigos cada vez
menos misteriosos
desvirtúan el morbo
que los envuelve.
Cultores de novelas negras,
cine negro,
ovejas negras,
letras negras e insolentes
en paraísos artificiales,
van desgranando
lo que luego llamarán:
sus vidas.
Solitarios y proxenetas,
compadecerán a la
vecina que a la siete treinta
toma el autobús
para comenzar su jornada
de enfermera en la clínica
donde atiende a los viejos apestosos,
que puedan pagarla.
En aquella época feliz,
Yo creía aún
que la estupidez humana
producía los enigmas,
dijo el Sr. Eco.
¿Entonces quien
sino, don Umberto?
¿La estupidez divina?
La cruz que custodiamos
es menos real que la muerte
que lleva a cuestas
nuestra desvalida existencia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario