martes, 19 de abril de 2022

Parecía


Parecía


Parecía

una de esas noches típicas

del otoño bonaerense.


Un frescor de amianto

incapaz de enamorarse

provocaba ansiedad.

Mas no más que en primavera.


El taladro

de los grillos poseídos

aturdía el silencio.


El dulce aroma de los nardos

del jardín suburbial

entraba por la claraboya

sin escrúpulos ni tanteos.


La caterva del noticiario

descubría una música

inútil y exhaustiva

anunciando

un segmento

de tregua a la perfidia.


Las parejas se citaban

en barsuchos oscuros,

en galpones o tinglados,

para hacer el amor

en consonancia.


Era casi domingo.

Un sábado

que pasó sin apologías ni presunciones.


Mucha pena. Poca gloria.


La luna y sus metáforas

protestaban benevolentes

contra el descanso.


Parecía

una noche común

de soledad andrajosa

y riesgo cardíaco en ciernes.


Un noche ideal

para que el poeta

no tuviera que manosearla,

con una sobredosis de veneno,

y se ahogase en la bañera.


Parecida a tantas noches.

Pero no.

Era una noche especial y corrosiva.

Era una noche auténtica y virulenta.

Era una noche inevitable.


La noche en que por primera vez

iba a sonar el teléfono

y una fina carraspera

en un hilo de voz

preguntaba por el número equivocado.


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