Si yo antes de nacer fui un gato negro
y después de parir: un pez espada;
si nadie me salvó del cataclismo
en el puerto del mar de mi suicidio;
si el viento pudo ser lo que sería
y el rayo torbellino del desierto
eléctrico y fatal de mi presencia,
pues Plauto supo ver al lobo oculto
en la fiereza humana de los muertos.
Si cenizas volcánicas propalan
la fruición de herejía donde yazgo;
si las furias son mástiles ingrávidos
y el dogma fiel espectro de los tiempos;
si la Tierra es la cuna del extraño
que llega de otros mundos
y nadie reconoce la batalla
de la ardua desmesura del silencio,
si heraldo y mensajero se confunden.
Si nadie toca el timbre de tu tacto,
si espesa es la tragedia del viajero
y nunca se acobarda el sentimiento,
si vuelvo, si no voy, si habré llegado,
si pierdo, si no estoy, si me han marcado,
la propia humanidad
del alma recogida
en la pátina cérea y desmembrada
-que acaba como el sol echando chispas-
con una sensación inexplicable
en donde la intuición se vuelve mecha
de cierta inteligencia exacerbada,
-en superlativo grado, vena u horizonte-
la mentira, el amor, la complacencia,
y no acierta al horror de su cesura
al corte del cuchillo que amenaza
la incierta percepción del infortunio.
Si no entienden mi verso, si lo alaban,
si el cristal no es tan frágil ni tan ciego,
si finjo, si ofendí, si hube pecado,
si la magia es la ciencia de los pobres
y el capricho perturba en las mañanas,
encuéntrenme en la paz de la corteza
del árbol que da caldo con su savia,
encuéntrenme en el hielo
que desgarra cordilleras,
en el luctuoso llanto y la esmeralda
que pagué como súbdita al prelado
que en este testamento se legisla,
para acierto y facción de mi denuncia
contra la inútil vida que tenemos
contra la inútil muerte que gozamos.
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